sábado, 27 de diciembre de 2008

Breve relato - En la estación

Ella me miró sonriente, yo sentado a su lado, cara a cara, no pude demostrar la tristeza que en realidad mi corazón escondía, al menos demostrarlo de una forma bella y que no abriese más heridas.

Debía ser fuerte,pensaba constantemente, mientras, al mismo tiempo, moría por acariciarla sólo una vez más, antes de que se fuese, quería fundirme con ella, quería fundirme con esos dos ojos que me miraban con cariño, ya no con el amor al que estaba acostumbrado, y es que a decir verdad la comprendía, reconocía en su sonrisa de sobras ese sentimiento antes vivido en mis propias carnes y esto me hacia sufrír el doble, maldita empatía, mi amor y su indiferencia inconsciente, mi ahora y mi antes, todo al mismo tiempo, me sentía como aquel enfermo terminal sobre el que se vuelca toda la familia durante su último año de vida, complaciendole por completo, casi demasiado, en actos, mientras él sólo espera un te quiero que no huela a piedad, sólo espera unas palabras aunque por ser palabras, puedan traicionarle.

El tren salía a y ocho, el luminoso marcaba y seis, así que me despedí pidiendole que se acordase de mí y otorgandole dos sonoros besos en los labios a los cuales ella correspondió con su lengua, (no tanto pienso yo, con su corazón, pero me daba igual, sería capaz de ignorar ese sentimiento una vez más) me retiré hacia atrás tanteando mis cosas para llevarlas y huir de allí. Entonces la volví a mirar, se me hizó un nudo en el pecho y la bese de nuevo, me dí la vuelta y salí del tren.

Caminando a paso ligero busqué la calle, sentí entonces un alivio profundo, era de nuevo hombre libre... pero poco a poco dentro de mi empezó a crecer algo que me pesaba demasiado, algo que consiguió hacerme dar la vuelta en busca de una última mirada, algo que permitiese seguir creyendo que en aquellos momentos yo aún formaba parte de su pensamiento. Así que regresé tratando de recordar en que vagón estaba, corrí hasta que la ví a traves de los grandes cristales del compartimento, allí estaba ella, agarrada vivaz a su móvil, mi cuerpo también estaba allí, mi recuerdo no, pensé...me mordí el labio, quería gritar y que me oyese, que ella supiese que aún estaba ahí, quería que me sacase la lengua, que me dijese tonto, pero más que eso, más que nada, sólo deseaba que fuese libre y que fuera ella; estuve dos minutos mirandola en silencio, dentro de mí no encontre más que impotencia, y mis ojos se humedecieron, pero entonces sonreí, volví a sentir alivio y nostalgia: acababa de comprender algo de lo que me sentí orgulloso.

De pronto el tren se puso en marcha, y yo también.

Alexis Pérez

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