Y finalmente llegué a Barcelona, allí estaba yo, con todo para ganar y todo para perder.
No podía quejarme, me había tocado una buena mano, mano que a su vez representaba en cierta forma mi condena.
Estaba obligado a jugar una partida que en realidad no estaba del todo seguro de si era la que quería jugar.. Pero que hacer sino, al fin y al cabo fuí yo quien recogió las cartas esparcidas sobre la mesa.
Hay que ser demasiado valiente para renunciar a toda una vida.
El destino dispone, y sólo el tiempo nos quita o da la razón, más no debemos olvidar guardarnos siempre un as en la manga.
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